Me dijiste que me tomara mi tiempo en desmenuzarte, me diste de comer en tu mano y de postre dos dedos, el corazón y el pulgar. Me contaste que llevabas una eternidad esperándome, desasosegado por no encontrarme y que no estabas dispuesto a dejar escapar el momento entre balas perdidas.
Insististe en que te masticara lentamente, entre susurros hablabas acerca de la duración de la tortura, recuerdo que decías que si me movía lentamente el dolor podría parecer placer y si la vida era un cúmulo de mordiscos, mejor que fueran los míos.
Come de mi carne, decías, bebe de mi sangre, no pares de hacerlo hasta agotarme…
Yo, obediente seguí tus instrucciones, devoré la carne, bebí la sangre, sorbí los pensamientos, las ilusiones, tu pasado, presente y futuro, a veces representamos unos papeles para los cuales nadie nos preparó, es más ni siquiera intuíamos que una cosa así nos llegara a pasar algún día, y sin embargo, llámalo intuición o instinto, resulta que los bordamos y si estuviéramos en una competición seguro que nos llevaríamos todos los premios posibles.
No necesitaste hacerme ensayar, no me diste libreto, ni guión, ni instrucciones, no contrataste a instructor ni hiciste pruebas previas, me pediste que comiera de ti y lo hice, descubriste mi lado animal, la ferocidad del hambre, el impulso de la sangre caliente y la libertad de la locura.
Ahora estás dentro de mi, circulas por mis venas, golpeas en mi corazón, llegas a mi cerebro, juegas con mi memoria, me borras recuerdos y pateas mi estómago, sin embargo, hay un rincón al que no puedes acceder porque cambia de sitio tan pronto nos presiente, sabe que los dos somos el enemigo, que no se puede fiar ni de ti, ni de mi e intenta defenderse, así que se propone a revertir la situación, impulsa mi mano a la boca, un recinto que parece ocupado por una gran anémona enredada entre los tendones de tu vida, lentamente me obliga a tirar de él, lo hago con sumo cuidado y a mi alrededor se va formando un sendero sinuoso que va creciendo a medida que yo me voy quedando vacía de ti.
Ahí estas de nuevo, saliste de mi, te enroscas a mis pies, enredas mis tobillos, paralizas mis piernas y caemos en abismos de incomprensión, reconociendo en ese último viaje que ya no se puede confiar ni en los caníbales.
(Cerati aún palpitando entre las venas)