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Salud y fuerza

miércoles, 23 de mayo de 2012

El reloj de Cortazar

Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan —no lo saben, lo terrible es que no lo saben—, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.
Allá en el fondo está la muerte, pero no tenga miedo. Sujete el reloj con una mano, tome con dos dedos la llave de la cuerda, remóntela suavemente. Ahora se abre otro plazo, los árboles despliegan sus hojas, las barcas corren regatas, el tiempo como un abanico se va llenando de sí mismo y de él brotan el aire, las brisas de la tierra, la sombra de una mujer, el perfume del pan. ¿Qué más quiere, qué más quiere? Átelo pronto a su muñeca, déjelo latir en libertad, imítelo anhelante. El miedo herrumbra las áncoras, cada cosa que pudo alcanzarse y fue olvidada va corroyendo las venas del reloj, gangrenando la fría sangre de sus pequeños rubíes. Y allá en el fondo está la muerte si no corremos y llegamos antes y comprendemos que ya no importa.

PREAMBOLO ALLE ISTRUZIONI PER CARICARE L’OROLOGIO
(da Julio Cortazar, "Storie di Cronopios e di Famas")

Lo encontré por los bajos fondos. ¿No es genial?

sábado, 19 de mayo de 2012

Cambio de piel

En el momento menos pensado y como si un rayo nos partiera en dos la cabeza, nos damos cuenta que se nos ha desprendido un trozo de piel. Yace a nuestros pies como el felpudo de la entrada, está ahí, se apartó de nuestro cuerpo pero ya no nos pertenece.
Ahí quedan las ilusiones, las esperanzas, las experiencias, los sueños y sobre todo lo vivido y aprendido.  En ese retazo de cuero están nuestros primeros enfrentamientos con el mundo al salir de la infancia, está esa mano que buscaba la de la madre para sentir calor y confianza, están las voces de los amigos jugando a la golosa, está el ruido de la pelota contra las paredes en las tardes aburridas de vacaciones, el primer beso… o el último que hemos dado o recibido, los ojos que nos amaron, las bocas que nos besaron, las manos que nos acariciaron.
Ese pedazo de cuero tiene impreso en sus grietas las palabras que aprendimos de nuestros maestros, ese viaje por tierras desconocidas que es nuestra vida cuando somos jóvenes, esos nombres impronunciables que alteraban nuestras hormonas, esa magia y ese misterio que emanaba de la tierra como un vaho tibio y nos iba dibujando los rostros de una tierra que empezábamos a vislumbrar.
Sí, porque en esos imperceptibles cambios de piel, estábamos descubriendo qué díablos era ser latinoamericano, cómo se comía eso de ser mitad indigena, mitad europeo, no siempre en cantidades exactas, qué tanto teníamos de uno y otro, cuál de esos dos mundos se apoderaba de nosotros y en qué momentos. A veces nos asaltaba en medio de un camino y nos reconocíamos indígenas, a veces, en cambio lo europeo se nos aparecía en la intimidad de nuestro cuarto y anulaba lo intuido.
No nos reconocíamos, teníamos miedo de eso que se estaba forjando debajo de la piel, muchos huyeron de ese destino, algunos lo aceptaron, otros decidieron ignorarlo, en cualquier caso, lo que nunca podremos hacer es evitar los cambios de piel. 
Está en nuestra naturaleza, somos como serpientes, a medida que avanzamos dejamos trozos de nosotros mismos por donde quiera que andemos y no importa, si quien nos lo puso en frente de los ojos ha muerto hace poco; su cuerpo ya no está, pero su certeza vivirá en cada poro de nuestra piel y en la de todas las generaciones de latinoamericanos, no nos salvará de ese destino ni los cambios de idioma, ni los certificados de nacimiento falseados, ni las fugas migratorias, ni la cultura aprendida o desaprendida, la mezcla será nuestra señal de identidad y hablará por nosotros, por muchos whatsapps que inventemos.
¡Gracias Maestro!




miércoles, 9 de mayo de 2012

Deserciones


Siento cómo el frío se extiende
por cada centímetro de la piel,
mi sangre se contrae, gélida,
entre grandes espacios de aire
que se reiteran, con alevosía,
por los prólogos de cada recuerdo.

La locura sería un remedio capaz
para este tiempo de verbo mudo,
o para el vacío que me guía hasta
los primeros pasos del amanecer,
locura, coautora de mi propia locura,
cómplice en la búsqueda incesante,
compañera de cabello desaliñado
a causa de un pensamiento libre,
te pretendo como se pretenden
los besos perdidos en los labios del ayer.

La humedad de este río geométrico
me cala hasta el alma de los huesos,
no quedan veredas para los paseos,
los álamos se secaron bajo la lluvia
de mil nubes cargadas de exilios,
y en la penumbra se decapitan los arbustos
que tuercen las guías de sus vidas,
para encontrar la necesaria luz del sol,
y en medio de tanta desolación
me vuelvo un entorno para las lejanías,
y escribo versos en las esquinas
para las putas que cantan canciones de amor...


... y acaricié el cabello de aquella mujer de nombre desconocido, la palidez de su rostro era tan cautivadora como lo es la luna plena. No supe cómo había llegado hasta ese cuarto, y aunque mi memoria se perdía en algún momento anterior a la medianoche, no conseguía dejar de escuchar su sonido en mi cabeza. Tenía la sensación de estar lejos, muy lejos de cualquier lugar conocido por mí o por mis recuerdos.
El olor del sueño de esa mujer que dormía a mi lado no me era desconocido, era un aroma repleto de sensaciones pasadas y generoso en la oferta pero, hermético en las descripciones. La luz comenzaba a abrirse paso entre las gastadas fibras de unas cortinas cansadas de tamizar amaneceres, las paredes de la estancia parecían también cansadas, sus desconchones hacían públicos los diferentes colores que la habían decorado a lo largo de su historia. Una mesilla de madera junto a la cama y dos sillas, de estilo indefinido, eran todo el mobiliario que aquel lugar ofrecía a sus ocupantes. Lo cierto es que aquello, los muebles y las paredes, las cortinas, las sillas o la mesilla, eran elementos prescindibles en ese momento. Mi atención por la realidad de aquella habitación se debía más a la intención de ubicarme, en algún momento del espacio, que a un espontáneo gusto por el interiorismo ajeno. Una vez que me supe perdido del todo, y realmente; sin muchas ganas de encontrarme de nuevo, me acerqué a la calidez de aquel cuerpo desnudo llegado desde la noche. Me abrigué con su calor, ayudé a que los segundos se amontonasen dentro de los minutos que no escuchan el "tic-tac" del tiempo que marcan los relojes, y dejé que el aliento cercano de su sueño alentase mis sueños. El silencio se puso al servicio de sus latidos y acomodé mi cuerpo a las formas de su descanso. Aquel universo era mi realidad en aquel instante, y así lo comprendí. Era indiscutible que fuera, al otro lado de la puerta y más allá de las paredes, había otro universo cargado de exigencias y de prioridades, pero la calma buscada estaba en los poros de la piel que tocaba mi piel en ese instante, y no en los universos paralelos de cuerdas asfixiantes. Mis ojos comenzaron a cerrarse, pero antes de que la pretendida lucidez me abandonase por completo, sentí como aquella mujer repetía el ejercicio llevado por mi momentos antes, mimetizándose en mis formas hasta formar una sola figura de origen binario...

... y cuando desperté, encontré
las reclamaciones de los creyentes,
y las decepciones de las ciencia,
también pude ver la inmensidad
de los océanos cósmicos,
eran extensiones inabarcables
por el poder de la imaginación,
y a mi lado seguía ella, callada,
con la misma palidez silenciosa,
y supe que no debía saber su nombre,
supe que no debía despertar su atención,
y callé a su lado, porque su voz
me traería el frío invencible,
mientras el universo se comprimía
dentro del mundo de esa habitación.   


“deserciones”
© El País de los Tejados. chus alonso díaz-toledo.

martes, 8 de mayo de 2012

Concurso microrrelatos con 100 palabras


  • Envía una historia que contenga las 5 palabras del mes. 
  • Pon a prueba tu creatividad. 
  • Tu historia en 100 palabras. 
  • Cuélgalo en esta página, en forma de comentario. 
  • Cada mes un ganador y varios finalistas. 

Palabras que duelen, hieren, sorprenden, enseñan, reconfortan. Palabras superlativas, neológicas, memorables, históricas. Palabras gordas, delgadas o mudas. Palabras inquietas, aventureras, cobardes. Palabras que mueren, reviven o se extinguen. Te invitamos a contar una historia libre en sólo 100 palabras con la única condición de que contengan las 5 palabras de la bolsa de términos que cada mes te comunicaremos.
Participa en el Concurso de Micrrorelatos "La bolsa de las palabras", que convoca este portal y que está dotado con un premio mensual consistente en una bolsa de 5000 puntos para usar en Kallejeo y publicación destacada del microrrelato ganador.
¿Cómo participar? 
1. Inscríbete en el concurso pinchando en el botón para participar.
2. Deja tu microrrelato como un comentario a esta entrada. No olvides poner un título. El microrrelato no debe superar las 100 palabras y contener los 5 términos de cada mes.
3. El primer día de cada mes anunciaremos el microrrelato ganador y los microrrelatos finalistas. Además, comunicaremos la nueva bolsa de palabras.

Bolsa de palabras (Mes de Mayo)

  • Nostalgia
  • Ciudad
  • Perro
  • Invisible
  • Final

La historia de Ana y Mía.


Quod me nutrit, me destruit.

Ana.
Ana se levantaba como todas las mañanas, se desnudaba completamente y se dirigía al baño. Se posaba ante la báscula esperando varios segundos hasta ver lo que marcaba y en esos segundos en los que la báscula calculaba el peso de su portador, su cabeza solo pensaba en el número que había visto el día anterior, deseando con todas sus fuerzas que la aguja del marcador no sobrepasase ni siquiera varios gramos de más, sino que la fina aguja de su interior marcase levemente un descenso en su peso.

Su peso, aquello que marcaba su existencia, su materia, su ser. Aquello que deseaba reducir con todas sus fuerzas, aquello que marcaba la fina línea entre la vida y la muerte.

Después se dirigía al espejo de cuerpo entero que tenía en su habitación y se observaba detalladamente palpando con sus manos cada centímetro de su piel. Apretando en varias zonas, estirando en otras e intentando reducir con ellas en su reflejo, las partes que deseaba tersar o hacer desaparecer.

Su visión supuestamente distorsionada le mostraba una imagen supuestamente irreal que su celebro había almacenado y creado para si mismo como algo completamente tangible y verídico. O al menos eso es lo que le decían, que su visión, su realidad, era totalmente contraria a lo que el espejo reflejaba ¿acaso se había vuelto loca? Su visión estaba completamente distorsionada, mostrándole una imagen falsa y alterada.

Pero fuese cual fuese la verdad, aquella imagen que observaba ante aquel espejo de cuerpo entero, era su imagen, era su reflejo, era su verdad  y podía tocarla como real.

Después se dirigió a aquel lugar que un día muy lejano la había llenado de felicidad y ahora se le antojaba como un momento angustioso y cruel que la atormentada todos los días como si de una cadena perpetua se tratase.
Abrió las puertas de su armario como si el infierno fuese a brotar de él, mientras escarbaba entre su ropa algo que pudiese hacer disimular aquel cuerpo deforme que su mente había creado. Encontró un pantalón negro,  la prenda que más odiaba de su color favorito, aquel que tanto hace disimular, después se enfundo en él y revisó cada detalle frente al espejo.
La textura de la tela pegada a su piel, marcando unas líneas deformes ante sus ojos, recorrió con sus manos desde su cintura hasta los tobillos apretando y estirando la tela elástica de aquella prenda que formaba una segunda piel sobre su cuerpo. Por último metió la barriga hacia dentro aspirando el aire levemente para apretar con sus manos y pasarse el botón que la encerraría en aquella celda de tela.

Sus ojos solo veían un inmenso ser deforme encerrado en una celda de piel. Una piel grasa, llena de bultos y trozos que sobraban por todas partes, trozos que cogía y estiraba con sus manos deseando tener un cuchillo láser que pudiese cortar y hacer desaparecer de ella todo aquello que nunca debió estar ahí. Todo aquello que la repudiaba y la hacía sentir un inmenso asco hacía un engendro amorfo.

Solo quería salir de esa prisión, de la prisión de su cuerpo, pero era difícil hacerlo sin llegar a la inexistencia. Lo peor es que ella lo sabía, pero no podía evitar desvanecerse por una ilusión.

Su estomago rugía como un tigre hambriento, y en realidad lo estaba… pero ella no estaba dispuesta a ceder ante aquello que consideraba una debilidad… un pecado capital… la gula…

Ya estaba acostumbrada a esa sensación de hambruna pero ni mucho menos era lo peor.

Lo peor eran los calambres y hormigueos que recorrían todo su cuerpo como invisibles parásitos en su interior. Lo peor era recordar cuando había sido la última vez que había hecho de vientre o mejor dicho, era que no podía recordarlo. No recordaba cuando había dejado de tener la menstruación y eso la hacía sentir como una cuarentona menopáusica. Y aquel asqueroso vello fino en zonas extrañas de su cuerpo que tenía que afeitar. Por el contrario su cabello caía en considerables cantidades y sus uñas tenían un aspecto amarillento y quebradizo, además siempre tenia un inmenso frío.

Aquellas solo eran unas pocas de las consecuencias que su obsesión le había obligado  acostumbrarse.

Se terminó de arreglar dentro de la medida posible y se puso el abrigo negro.

Mientras andaba por la calle, un par de jovencillas jóvenes y vivarachas, torcieron la mirada hacía ella que escondía su rostro en su capucha negra con los bordes peludos.
Las dos jóvenes se rieron de ella y susurraron en un tono de voz que ella pudo escuchar, que parecía una vieja esquelética.

¿Acaso no lo sabía? ¿Acaso no lo veía? ¿O no lo quería ver?

Ella bajo la mirada pensando que nada les podía reprochar y deseando esta vez, desaparecer de verdad…


Quod me nutrit, me destruit.

Mía.
Mía a simple vista era la chica perfecta. Rubia, delgada, de cuerpo fibroso y realmente guapa. Pero hay cosas que son difíciles de poseer y muy fácilmente de perder.

Mía era realmente una princesa y no estaba dispuesta a renunciar a ello.

Aquella noche había cenado con sus amigas en un buffet y todas estaban realmente impresionadas por la cantidad de cosas que había comido.
Algunas se preguntaban como conseguía comer tanta comida sin que le doliese la barriga. Otras que tenían sobrepeso le decían que no sabía la suerte que tenía por poder comer tanto y seguir así de delgada y perfecta. Pero en realidad ella si que lo sabía y estaba dispuesta a cobrar el precio que fuese por ello.

Cuando Mía llegó a casa se dirigió al baño, se arrodilló en el e introdujo sus dedos índice y corazón en su boca buscando en ella tocar la parte rugosa y más honda de la lengua y el principio de la garganta.
Tras varios intentos sintió como algo subía de su interior y un sabor agrió le hacía arrojar lo que tenía en su interior junto a trompicones de comida. 
Después de varios vómitos, sintió que ya no tenía nada dentro mientras observaba los restos de la cena de aquella noche.

Se puso su mejor chándal, uno de terciopelo morado y salió a correr como todas las noches hasta el borde del desmayo. Corría hasta que sus músculos y huesos la frenaban avisándola con flaquear las piernas.

Al volver a casa se observó en el espejo y sonrió de lo guapa que se veía, pero su sonrisa se desvaneció al observar sus amarillos dientes y una boca que no conjuntaba con el resto de su fachada, aunque si de su interior…

Ella solo quería ser perfecta, ser una princesa ¿acaso quién no deseaba dicha cosa?



Ser perfecta, porque todos los seres humanos buscamos la perfección. Algunos nacen acercándose a ella y otros no tienen la misma suerte y se dedican a buscarla, aunque la perfección que busca cada uno es difícil de alcanzar.
  
La mayoría de veces es inalcanzable y es que no siempre depende del esfuerzo, las ganas o la motivación. Hay cosas que simplemente son y ni siquiera el dinero puede cambiar. Algunos las aceptan y otros se resignan a ello, con dietas, horas de ejercicio o caras cirugías.

“Nadie dijo nunca que fuera fácil llegar a ser una princesa.”

Ana es el nombre que muchas anoréxicas dan a la Anorexia Nerviosa y por eso es el nombre que le he puesto a la primera protagonista de mi historia, porque claramente padece dicha enfermedad. Del mismo modo, Mía es el nombre que dan a la Bulimia Nerviosa y de ahí el nombre de la protagonista de mi segunda historia, no hace falta recalcar el porqué de él.

PD: Podeís ver el resto de mi opinión en la entrada de mi blog, además de un corto espeluznante sobre esta enfermedad.

 Autora: Kel Báthory

domingo, 6 de mayo de 2012