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Salud y fuerza

martes, 14 de agosto de 2012

verdadero poema

miércoles, 8 de agosto de 2012

Reservado








 


Afuera la gente vive, las calles se llenan de emociones, amores, traiciones, odios y pasiones; se llenan de personas palpitantes. Caminan por las aceras ávidos de morder, muestran sus cuerpos morenos como mapas que sería delicioso recorrer.
            Con la vista esquivando el humo del cigarrillo, me asomo a esas vidas y a algunas de ellas quisiera seguirlas con los ojos cerrados, incluso una vez me atreví a intentarlo y por unos instantes saltaron las estrellas.
            Cuando el resplandor se apagó, cerré los ojos para ver lo que había pasado y vi que mi corazón lucia un letrero muy grande, en todos los idiomas. RESERVADO.
            Sigues ocupando mi corazón, sin embargo, sospecho que no volveré a verte jamás.

Para ser sincera







Quizás no debería contarte esto - le dijo mirándolo a  través del vaso de cerveza - descubriéndole solo una parte de su rostro, aunque también para darse tiempo a cambiar el tono, dependiendo de la expresión de él.
            A veces, siento la necesidad de salir corriendo, sobre todo por las tardes, entre las cinco y las ocho. Esas horas me desquician. Siempre es así, sobre las cinco me desintegro, la mujer que soy yo desaparece, me miro las manos y no las veo, me toco la cara y allí no hay nada, solo un espacio vacío y por dentro pasa igual, ¿a dónde van mis vísceras? No tengo ni idea, En el lugar en que debería estar yo, solo hay un dolor muy grande. Sé que es un dolor porque me falta el aire, no porque me lo digan la barriga o el pecho.
 
            Unas burbujas de cerveza le robaron retazos del rostro del hombre que la escuchaba.
             Aquello empezó hace mucho tiempo, fue una noche al cruzar una avenida de mi ciudad; debían ser las doce o algo así, yo caminaba sola, encuentro irresistible caminar de noche por las ciudades, me encanta mirar el cielo negro y las luces de los edificios pensando que las estrellas fugaces no son más que farolas de coches a gran velocidad.
            Odias las grandes ciudades, ya lo sé.
             Esa noche iba caminando muy despacio, llevaba una falda larga hasta los tobillos y el viento jugueteaba entre mis piernas, no me sentía ni triste ni alegre. Cuando llegué a la mitad de la calle alguien gritó desesperadamente mi nombre en la oscuridad. Era la voz de un hombre que me llamaba pero yo no reconocía esa voz  y sin embargo lo pronunció como si me quisiera rescatar de algo que estaba en frente de mi y que yo no podía ver.
             Miré hacía atrás buscando al dueño de la voz y no ví a nadie, desanduve mis pasos, busqué por la acera, en los quicios de las puertas, en los parterres llenos de flores. No había nadie. Y entonces me desdoblé, una es el saber y otra la ausencia, una es la tibieza, la otra el dolor de un recuerdo.

      
      ¿Te aburro verdad? - le dijo mientras su rostro asomaba detrás del vaso de cerveza.
             Lo siento, pensé que debía decírtelo, pues aún no he encontrado esa parte mía que se quedó buscando una voz que le advertía.















lunes, 6 de agosto de 2012


 Si tuviera apéndice nasal podría recordar el aroma de los verdes valles, de las retamas en flor y de la tierra húmeda, cuando Jorgito, subido a su grupa cabalgaba alborozado, sin otra idea en su cabecita que llegar al imaginario fortín, para estar a salvo de los apaches.

Si poseyera cerebro, podría rememorar los tiempos en que Lucas, subido encima de él, avanzaba por los extensos campos, pensando en llegar al castillo para rescatar a la princesa y matar al dragón de fauces ardientes. O cuando Lupita, encaramada en su lomo, corría por debajo de su hada madrina, que volaba etérea y ligera por encima de ella. Si tuviera corazón, ahora se hallaría triste, evocando como la pequeña Tina, jovial y traviesa, lo fustigaba con una vara, para que trotara más rápido y alcanzar la casa de la bruja, antes de que los infortunados niños fuesen engullidos por la malvada.

Pero no tenía cerebro, ni corazón, ni olfato; en realidad sólo tenía un cuerpo de encina, fabricado hacia muchos años por un mañoso carpintero. Y no tenía sueños porque éstos pertenecieron a unos chiquillos que ya habían extraviado la ilusión.

En el desván sigue el caballito de madera; viejo, desvencijado y desteñido. Aún sigue ahí, nadie sabe bien la razón, quizá salvaguardando las fantasías infantiles de los adultos que, de vez en cuando, lo contemplan con nostalgia.