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Salud y fuerza
viernes, 24 de julio de 2009
Entre la tierra y la mar
El aire de la mar trae olores a madera y brea, de cuando el calafate hacia barcas marineras a la sombra de la parra, al pie de los tajos en la misma arena. En aquella playa pequeña donde los turistas tomaban el sol, con permiso del guardia municipal, entre redes y barcos de pesca.
En aquella época el municipal blanco recorría las playas a la busca y captura de las bañistas en biquini, a las que obligaba a cubrir sus carnes sonrosadas con telas más amplias o dejar el baño para la intimidad de la casa. A eso de las 2, después de hacer la ronda por las playas subía al boquete de Calahonda y a todos los que entrábamos al pueblo en bañador y con la camisa puesta, nos animaba a colocarnos pantalón largo; no estaba bien visto andar por el pueblo con pantalón corto si ya eras un mozalbete de pelo en pecho.
Años en que corríamos de playa en playa por las grietas de los tajos entre la mar y la tierra; de Calahonda pasábamos al Chorrillo y a Carabeo, para muchos días, con la mar en calma, llegar a Burriana, donde la playa siempre estaba desierta y correr a nuestras anchas hasta el Lobo Marino; allí estaba la cueva que había conservado el nombre de cuando las focas habitaban en estas costas. Jugábamos a subir al “pasero” - una roca de superficie inclinada al mar- y saltar al agua una y otra vez hasta que era hora de volver a Calahonda donde teníamos la ropa.
Otros días nos dedicábamos a buscar “morcillones” - mejillones - , lapas y “viejas” -caracolas marinas- que cocíamos en la misma playa haciendo un fuego con cañaveras; con el aperitivo de los mejillones nos entraba más ganas de comer y rápido subíamos la cuesta, chorreando agua, para en el mismo boquete, antes que el municipal te lo dijera, ponernos el pantalón largo al entrar en el pueblo.
Hoy se conserva la casa con la parra del calafate, y a veces llega hasta el Balcón de Europa el olor a madera y brea, cuando la memoria y la mar están en calma.
Fotografía y texto de Miguel Bueno
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Ah! crecer junto al mar! qué bellos recuerdos, Miguel, y qué bien los cuentas. Yo sólo pasaba diez días al año en esas playas doradas, pero guardo los más entrañables recuerdos de esos días junto a mi mar azul.
ResponderEliminarComo siempre, todo un placer leerte.
Buen relato Piedra.
ResponderEliminarMe gustó mucho esa última frase "y a veces llega hasta el Balcón de Europa el olor a madera y brea, cuando la memoria y la mar están en calma".
No dices cuando la marea está en calma, sino que incluyes la memoria, y a mí me pasa que los olores me traen cosas de antaño, sobre todo si está en calma.
Encantada, amigo.