Entraba despacio en casa y al principio no veía nada, la oscuridad parecía densa. Hacía varias horas que estaba el candil encendido y la “torcía” ya sólo daba una tenue luz que en contraste con el quinqué, que se encendía los días de fiesta, no llegaba ni a iluminar la entrada.
Poco a poco me fui acostumbrando a la poca luz y volví a distinguir el dibujo de las baldosas; era una greca que imitaba a las alfombras de flores que era raro ver en los pueblos de la sierra.
Con la horquilla del pelo atusé la corta mecha y una llama alta iluminó la cocina-salón-estancia de paso a los dormitorios que de todo servía la habitación grande a la entrada. Entonces vi claramente la radio en la alacena con su pañito de croché para protegerla del polvo y la jarrita con el ramillete de jazmines que nos libraba de los mosquitos.
A un lado, la fotografía del abuelo con su uniforme de los Regulares de cuando hizo la mili en Africa y al otro, la de la primera comunión de Miguel vestido de marinero; en medio la pecera con los peces de colores que daban vueltas y vueltas ajenos al ritmo de los días.
El plato con las monedas sueltas estaba hoy tan raquítico que seguro que no daba ni para los pobres que venían a pedir los viernes; menos mal que estábamos a miércoles y para entonces daba tiempo a no tener que “mandar con Dios” a los cuatros mendigos que estaban habituados a venir por casa.
Lo que nunca me expliqué era el cuadro enmarcado con el mapa pirata que colgaba al lado de la alacena, cerca de la cocina. Estaba negro del humo de la chimenea pero nunca se limpiaba, como si al limpiarlo se fuese a borrar el lugar que indicaba con una cruz el hipotético tesoro, digo hipotético porque nunca nadie de la familia se había preocupado por averiguar qué hacía ese cuadro en ese lugar; según la tradición era heredado por la hija mayor de la casa y, hace tiempo que se había perdido el nombre de la primera dueña del mismo.
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Salud y fuerza
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Qué provecho le has sacado al juego de palabras propuesto Miguel, te han servido para pintarnos un pasado entrañable y lleno de posibilidades.
ResponderEliminarEn verdad que sacas buen provecho de nuestros juegos literarios, y de todas tus fuentes de inspiración, Miguel. Y nos regalas estos textos preciosos. ¿Me prestas unas musas...?
ResponderEliminarMiguel, qué gran inicio de una novela, sigue por favor.
ResponderEliminarEn mi casa también había un quinqué, Piedra, me recordaste cuando mi tía me mandaba a la gasolinera a comprar el líquido para encenderlo... que ahora no recuerdo qué era ¿qué era? ¿te acuerdas?. Lo que sí recuerdo era hacer sombras con las manos a la luz del quinqué, un pajáro, un conejo... jajaja. Eran buenos tiempos porque se era niño y niño signifíca todo lo bueno, sin problemas.
ResponderEliminarTodo lo que describes me lleva atrás... qué bueno.
Y eso del mapa pirata sí que me deja alucinando ¿cómo nadie de tu familia intentó saber algo?
¿O quizá esto es sólo un relato imagino por ti?
Uy, me quedo curiosilla, oye.
un abrazo.
Querida Espuma, el quinqué daba luz quemando petroleo.
ResponderEliminarNo tomes mis historias al pie de la letra. Esta salió de cuatro palabras clave: baldosas, jazmin, peces, pirata.
Era un juego propuesto en casa Nofret; había que ligar las palabras claves.
Un abrazo