Pero aquella rosa se sentía excluida de las demás.
Mientras las otras se alimentaban de luz, ella lo hacia de oscuridad.
Cuando las otras bailaban alegres bajo el resplandiente y caluroso sol que bañaba aun más sus bellos rostros carmesí, ella yacía al otro lado del jardín marchita y triste.
Pero cuando la luna se posaba ante la oscuridad, nuestra rosa negra brillaba y danzaba alegremente mientras sus “amigas” dormían placidamente.
Una noche después de largos años de dulce sueño, inmensas danzas a la luna llena y extraños días húmedos bajo la fría lluvia, ella empezó a despertar dentro de aquella casa en la que había habitado siempre.
Dejó de abrazarse a si misma y estiró sus largos brazos desgarrando los negros pétalos azulados con sus largas y pálidas manos. Asomó la cabeza que estaba cubierta de un plateado líquido viscoso y estiró sus largas piernas dando un salto, destrozando por completo aquella preciosa rosa que tanto tiempo había sido.
Sintió que algo empezaba a despertar de sus espaldas y entonces florecieron dos grandes y transparentes alas con hilos dorados y púrpura trazando unas perfectas líneas. Torpemente alzó sus alas y voló hasta un riachuelo que había divisado desde lejos.
Sentada en aquel río limpió todo su diminuto y desnudo cuerpo, desprendiéndose de dicha materia viscosa y observando su reflejo en las claras aguas cristalinas, pudo verse a si misma…
¿Qué era aquello? ¿En qué se había convertido? Ella siempre había sido una desdichada rosa a la que nadie quería, ni olía. Siempre sumida en sus pensamientos pesimistas, había pensado que aquello era normal, que todas las rosas, pensaban, hablaban y oían, solamente creía que no la querían escuchar.
Hasta que al verse en ese espejo inmenso, pensó que ella no era lo mismo que las demás, que nunca había sido una rosa de verdad, sino que ella solamente había nacido en ese extraño lugar...
Observó su preciosa cara, sus dorados ojos brillaban como diamantes resplandecientes mientras su pelo blanco se deslizaba hacia sus hombros como telarañas viejas descolgándose por un viejo desván. Su perfecto y diminuto cuerpo desnudo, pálido con sombras púrpuras, terminaba aquella extraña figura.
La luna la observaba agradecida por haberle danzado tantas noches en vela y ella miraba la luna y caía rendida al poder observa su inmensa belleza desde tan cerca, cayendo rendida a sus pies, juró danzarle todas las noches durante toda la eternidad, pues acaba de comprender que era el fruto de la energía que la luna desprendía todas las noches, fruto de la vida que ella había ido dándole cada vez que se sentía llena, por sus danzas y cantos.
Le había regalado aquella vida en libertad, que iba a vivir agradeciendo a la luna toda aquella belleza que había compartido con ella, pues era el ser más bello de aquel universo nacido de la más grande reina, la reina de la oscuridad…
Autora: Kel Báthory
Un precioso cuento lleno de metáforas bien desarrolladas que te hacen detenerte en cada una para darte una larga explicación.
ResponderEliminarAdemás las metáforas tienen el don de dejarte interpretar a placer, con lo que en un solo cuento podemos encontrar varios.
Te animo a escribir más.
Un beso, Kel
;-)
Precioso.
ResponderEliminarLo haría mas largo.
Un saludo
Lo lindo de los cuentos metaforicos es que te van llevando de la mano a explorar caminos que aunque quizás sepas, los tenías olvidados.
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