Siempre había tenido esa fantasía; hacerlo con María y con su gemela, Adela.
Puso una vela a san Cracopio, santo del erotismo y del opio, del cual era devoto. Además tenía una foto de las mellizas, lozanas ellas y rollizas, de orondo busto; justo su gusto.
Un día ocurrió el portento; María arribó a su apartamento y de estela, la otra gemela, que se quedó agazapada cerca de la entrada.
— Luís, ¿hacemos un tris a tris?, —dijo la picaruela— ya sabes; tú, yo y Adela.
— ¡Milagro de san Cracopio!—caviló él, haciendo acopio de compostura pero recreándose en la aventura.
Propuso a María un antojo que tenía; se lo expuso, rojo el semblante, hablándole de un cuarto amante, arengándole con persuasión que él lo estimaba un montón y, si le daba esta satisfacción, explicó a María, eternamente lo agradecería, y acabó de repente, porque ella ya decía.
—Se lo digo a Adela a ver si cuela; mas tu propuesta es deshonesta y estrambótica.
—Pero es muy erótica, ¿qué te cuesta?—dijo él con voz de miel.
María se acercó a su gemela, que nada oía ni oyó, inocentuela. Entraron a la par en el salón, se miraron, y sin mirar al varón, se ocultaron.
Se cerró la puerta. Alerta: dentro se oyó un parlamento, primero cordial, después violento: ¿Y qué tal? ¿Habrá algún modo? —era la voz de María— ¡Ni aunque fuera un gentil godo, hermana mía! —siguió Adela cerril y huraña como una araña.
Y al punto salen a dúo, los ojos igual que un búho, dando un portazo; dentro Luís, cejunto y gris, ¡qué fracaso!
Enfurruñado fue al altar del santo y encaróse descarado, sin vacilar, mojado en llanto.
— ¡Teníamos tanta fe, yo y mi antecesor! —le gritó al pie— ¡traidor!
Entretanto, las damas en concilio llenas de espanto en su domicilio.
— ¡Está demente! —dijo la una— ¿Y cómo va a estar ardiente un pene tan vetusto?
— ¡Vaya susto! —expuso la otra—, no es sólo añejo sino inmundo, aunque parejo, pero redundo, pene muy viejo, ¡y sin hombre! ¿No hay quién se asombre? ¿Será cierto que eso muerto y disecado es de su antepasado, Don Cleto?
—E íbamos a ser cuarteto, era su antojo; por estima a su pariente, que era cojo, pero potente.
Puso una vela a san Cracopio, santo del erotismo y del opio, del cual era devoto. Además tenía una foto de las mellizas, lozanas ellas y rollizas, de orondo busto; justo su gusto.
Un día ocurrió el portento; María arribó a su apartamento y de estela, la otra gemela, que se quedó agazapada cerca de la entrada.
— Luís, ¿hacemos un tris a tris?, —dijo la picaruela— ya sabes; tú, yo y Adela.
— ¡Milagro de san Cracopio!—caviló él, haciendo acopio de compostura pero recreándose en la aventura.
Propuso a María un antojo que tenía; se lo expuso, rojo el semblante, hablándole de un cuarto amante, arengándole con persuasión que él lo estimaba un montón y, si le daba esta satisfacción, explicó a María, eternamente lo agradecería, y acabó de repente, porque ella ya decía.
—Se lo digo a Adela a ver si cuela; mas tu propuesta es deshonesta y estrambótica.
—Pero es muy erótica, ¿qué te cuesta?—dijo él con voz de miel.
María se acercó a su gemela, que nada oía ni oyó, inocentuela. Entraron a la par en el salón, se miraron, y sin mirar al varón, se ocultaron.
Se cerró la puerta. Alerta: dentro se oyó un parlamento, primero cordial, después violento: ¿Y qué tal? ¿Habrá algún modo? —era la voz de María— ¡Ni aunque fuera un gentil godo, hermana mía! —siguió Adela cerril y huraña como una araña.
Y al punto salen a dúo, los ojos igual que un búho, dando un portazo; dentro Luís, cejunto y gris, ¡qué fracaso!
Enfurruñado fue al altar del santo y encaróse descarado, sin vacilar, mojado en llanto.
— ¡Teníamos tanta fe, yo y mi antecesor! —le gritó al pie— ¡traidor!
Entretanto, las damas en concilio llenas de espanto en su domicilio.
— ¡Está demente! —dijo la una— ¿Y cómo va a estar ardiente un pene tan vetusto?
— ¡Vaya susto! —expuso la otra—, no es sólo añejo sino inmundo, aunque parejo, pero redundo, pene muy viejo, ¡y sin hombre! ¿No hay quién se asombre? ¿Será cierto que eso muerto y disecado es de su antepasado, Don Cleto?
—E íbamos a ser cuarteto, era su antojo; por estima a su pariente, que era cojo, pero potente.
Un besazo a todos; en especial a Piedra por ser tan genial y porque hace mucho que no le "veo".
ResponderEliminarPerdonen por no venir tan a menudo pero el trabajo me puede... os leo aunque no comente por falta de tiempo, os sigo y os aprecio.
besos mil.
Espumilla ¡eres genial, genial, genial!
ResponderEliminarY si alguien piensa diferente, que pruebe a hacer algo semejante.
Besitos como cornucopias
Qué alegría Espuma, ver tu prosa delatora desde el título a la última coma. Tus historias de cronopios en honor de San Cracopio son todo un deleite. ¡No te pierdas! Te esperamos siempre impacientes.
ResponderEliminarUn abrazo pleno de expresiones.
Piedra
Siempre tan ocurrente, Espumosa! Tus rimas se van superando una tras otra, me divierte tanto leerte! ¿Está basado en el famoso chiste del resorte? Ese de la viuda que guarda de recuerdo el pene de su marido en un frasco, le pone un resorte dentro para mantenerlo erguido, un día se le cae, y... :o
ResponderEliminarY como dice Miguel, no te nos pierdas, que se te extraña!
He pasado por tu casa, hasta llevé facturas para verte comer (es que estoy a dieta), esperaba tomarme un cafecito con rimas, pero... ¡no había nadie! buaaaa! ¿que ya no pasas por tu casita?
Nunca he probado escribir un texto con un pretexto iniciado, pero en este contexto y bien visto lo mirado, creo puedo hacerlo bien y ponerme a cien (aunque merezca un letrado). Y hará que crezca y me dará pisto, que por lo visto es lo bueno, aunque sea cieno y no lo parezca.
ResponderEliminarEsto ya está listo...
:-S
diossss
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