En la esquina frente a la escuela, el semáforo exhibe los primeros embates de la tecnología: un botón que, al presionarlo, supuestamente acelera la puesta en rojo.
Para la niña es toda una novedad, y lo presiona una y otra vez, aunque no aparente hacer mucha diferencia. Es una niña de ojos brillantes, pero tan delgada que apenas puede con su mochila llena de libros. Oprime el botón ansiosa por volver a casa a jugar con sus amigos imaginarios. De los otros no tiene, pero no le importa, puede inventarlos.
Un poco descolorido, el botón es presionado por una adolescente de ojos tristes, que apenas puede con su bolso repleto de batallas. Lo oprime sin muchas ganas, preferiría quedarse en la escuela, pero tiene que volver al infierno que alguna vez llamó hogar para seguir con su lucha. Sabe que ganará, es valiente, está en lo justo y con eso debe bastar.
Una joven de ojos soñadores pasa por la esquina de su vieja escuela, contiene un suspiro nostálgico al verla, pero no se detiene y presiona apurada el botón agrietado, está ansiosa por recuperar el tiempo. Lleva la cartera atestada de proyectos, no presta atención al cansancio de su ser prematuramente desgastado, tiene mucho qué hacer, toda una vida la espera para ser exprimida al máximo. Su férrea voluntad le garantiza un fulgurante futuro redentor.
Una mujer de ojos huecos arrastra sus huesos agotados frente a la escuela. No tiene edad, su paso de anciana desentona con su piel sin arrugas, y las cicatrices están bien ocultas bajo ropas que no renueva desde hace una década. Sólo quien la hubiera conocido desde antes notaría que su melena de león fue reemplazada por unos pocos pelos ralos, pero ya no queda nadie. Levanta la vista hacia la escuela y los huecos parecen cobrar vida por un instante, pero enseguida vuelven a apagarse, apenas puede recordar sus días allí, ya no se reconoce en ese despojo dolorido y bamboleante. Lleva las manos tan vacías como el alma.
Al llegar a la esquina, ve una marca en el poste desnudo del semáforo: el botón ya no está. Todo fue un engaño, siempre lo fue.
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Salud y fuerza
jueves, 1 de julio de 2010
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Creo, si mal no recuerdo, que este texto me surgió por una propuesta literaria de Gladys en Cae la noche. Las extrañoooo! a ver cuándo hacemos otra.
ResponderEliminarAunque también podríamos hacer propuestas para escribir en esta página ¿alguien con imaginación que se anime?
ResponderEliminarYa estamos en ello Mercedes, tu propuesta del espejo ya empezó a hacer eco.
ResponderEliminarEn cuanto a este cuento, creo recordar que fue para la serie de semáforos verdad?
Me gustó mucho volver a leerlo y reflexionar sobre el paso de los años.
Qué bueno. Luego dice que se le enredan las vendas. Pfffffffff... Menos mal que se le enredan, porque si las lleva al aire, nos hunde en la miseria. Muy buenos relatos.
ResponderEliminar¿Qué decir de éste botón, testigo de tantos sentimientos? Con su habitual destreza en el manejo de las letras, Nofret nos hace una revisión extraordinaria de lo que es la vida. Muy, pero que muy bueno.
ResponderEliminarGracias por sus comentarios, Gladys, Jimul y Cabre, me alegra que les gustara. Ahora recuerdo que se trataba de escribir sobre semáforos. Pero lo de los espejos fue idea de Jimul, Gladys, veamos qué podemos aportar.
ResponderEliminarLa vida como camino de ida y vuelta.
ResponderEliminarLos relatos no tienen que tener edulcorantes artificiales, si salen limpios y duros como el andar sencillo, son tambien un disfrute.
No lo había leido y lo comento hoy a destiempo.
Un abrazo
Piedra