El sicario se dispuso a dormir durante el largo viaje hasta su país. Una sonrisa se le dibujo en la cara al pensar en el caudal que doña Benigna, la viuda, ingresaría en su cuenta. Antes de caer dormido no olvidó rezar el Ave María de todas las noches.
Doña Benigna, sonrió; pronto la fortuna de su egoísta esposo sería suya; el matón había hecho un trabajo impecable, sin huellas que la implicaran, por ello le pagaría el doble de lo pactado. Ahora iba a dormir un poco, otros familiares velaban al muerto.
Al dueño de la funeraria le brillaban los ojos de pura avaricia; hacia mucho tiempo que no tenía un entierro tan lujoso. Se frotó las manos, luego, con semblante abatido, fue hasta una mujer que lloraba desconsolada para darle el pésame; la hermana del difunto.
Gloria hipaba inconsolable y no hizo mucho caso del hombre enlutado que le susurró algo; ya tenía bastante congoja rumiando si su hermano, aquel insensible que dormía el sueño eterno, se habría acordado de ella en su testamento.
Justo en ese momento, sor Aurelia lidiaba con el tic nervioso de su ojo, al enterarse por teléfono de que sus benditos ardides habían hecho efecto en el excéntrico millonario que acababa de morir; su última voluntad fue legar al convento toda su fortuna.
Doña Benigna, sonrió; pronto la fortuna de su egoísta esposo sería suya; el matón había hecho un trabajo impecable, sin huellas que la implicaran, por ello le pagaría el doble de lo pactado. Ahora iba a dormir un poco, otros familiares velaban al muerto.
Al dueño de la funeraria le brillaban los ojos de pura avaricia; hacia mucho tiempo que no tenía un entierro tan lujoso. Se frotó las manos, luego, con semblante abatido, fue hasta una mujer que lloraba desconsolada para darle el pésame; la hermana del difunto.
Gloria hipaba inconsolable y no hizo mucho caso del hombre enlutado que le susurró algo; ya tenía bastante congoja rumiando si su hermano, aquel insensible que dormía el sueño eterno, se habría acordado de ella en su testamento.
Justo en ese momento, sor Aurelia lidiaba con el tic nervioso de su ojo, al enterarse por teléfono de que sus benditos ardides habían hecho efecto en el excéntrico millonario que acababa de morir; su última voluntad fue legar al convento toda su fortuna.
Ojalá a todos los codiciosos les ocurriese algo semejante, lo digo con el corazón. Cuánta gente hay capaz de pisar a sus semejantes o a los que no lo son tanto para recoger migajas del prójimo... o no tan migajas. A los especuladores, que no son más que ladrones disfrazados de modernos ambiciosos e incluso se les piensa inteligentes también les tendría que pasar algo parecido. Sí, algunos lo están pagando, pero mejor que fueran todos. Y bien pagado.
ResponderEliminarEspumini, me encantan los nombres de tus cuentos. Siempre son únicos.
Abrazotes con almohadillas :-D
A doña Benigna con tal nombre de levedad le salió el tiro por la culata; lo que no sabía sor Aurelia es que el difunto, dias antes de palmarla no tuvo más remedio que hacer un ERE con la empresa.
ResponderEliminarBienvenida y que se repita.
Un abrazo
Piedra
Espumilla, que cuento!!!!! Me has hecho sonreir pensando en que nadie sabe para quien trabaja.
ResponderEliminarUn placer, como siempre, leerte.
garcias a todos... y mil besos, mil para cada uno.
ResponderEliminarPiedra ¿estás mejor?