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Salud y fuerza
jueves, 30 de abril de 2009
La puerta quedó abierta
La puerta quedó abierta. El día que salió para hacer las Américas no la cerró.
Estaba cansado de ver a su Dolores bajar cada dos viernes al mercado de Posada para intentar vender los cuatro huevos que las gallinas ponían en 15 días; pero más le dolía que sus hijos no pudiesen comer los tortos con huevos. El dinero de la venta era el que les sacaba de un apuro: renovar una guadaña, comprar unos pantalones a Miguel, que crecía como un descosido, o pagar la consulta al médico de María cada vez que le entraba esa fiebre que parecían tercianas.
Todas las noches soñaba con un mundo sin tantas privaciones para los suyos; hasta que no pudo más y se atrevió a contárselo a Dolores. Escribiría a su compadre Paulino para que le enviase un propio con el que poder pasar fácilmente los tramites de inmigración en la aduana.
No estaba cansado de la rutina de ver salir el sol por el Turbina y esconderse tras el Mazuco, camino de otras tierras; tampoco le temía al invierno, con esas noches tan largas pegado a la chimenea; ni a la escarcha de la mañana, cuando tenía que romper el hielo en el agua del barreño, para lavarse la cara.
Los días con su Dolores eran tranquilos, no podía tener queja. Ella mantenía la casa limpia como los chorros del oro y a él nunca se le olvidaba un detalle para recordar el día en que se conocieron allá en la romería de Posada la vieja, por San José. Unas veces le compraba unos pendientes de plata y otras un pañuelo bordado para la cabeza.
Parece que lo estoy viendo, era una noche de finales de invierno pero no hacía mucho frío. El camión estaba aparcado en la plaza, con un toldo a dos aguas como de tienda de campaña, ya habían cargados los cuatro bártulos y la gente se arremolinaba alrededor.
No se distinguía bien quien hacia las Américas y quien se quedaba en el pueblo; los abrazos y lamentos se repartían por igual por toda la plaza. Eran varias las familias que emigraban a la vez para aprovechar el viaje al Musel en el mismo camión, después, cada una tomaría su rumbo según la parentela que las hubiesen reclamado. Unos embarcarían en el carguero de la Habana y otros hacia Buenos Aires. La familia de Miguel se quedaba en Cuba. Miguel quería conocer las ceibas. Su compadre le había contado que las ceibas eran unos árboles cubanos, con una sombra como la de diez de sus fresnos en verano.
No había cerrado la puerta pensando que la casa sirviese de refugio en esos días en que el “gallego” no dejaba de regar la hierba.
Ya no habría quien usase su guadaña, la hierba crecería a su ser, pero quizás le viniese bien a los corzos que se habían acostumbrado a bajar al prado al atardecer, cuando las ovejas les dejaban el campo libre.
Lo que no podía imaginar es que la techumbre no resistiese el embate del tiempo. Cuando la levantó su padre, las vigas de roble las había cortado en la menguante de enero y él mismo le ayudó siendo chaval.
Hoy sólo quedan en pie los dos fresnos que plantó con su abuelo, y brotan con la misma fuerza en primavera, como cuando con Dolores soñaba otro mundo mejor para los suyos.
Foto: majada en el Alto del Mazuco (Llanes). Miguel Bueno
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Hola Piedra.
ResponderEliminarBuen relato y tan verdadero en antaños tiempos en España, no hace tanto, pero pareciera que hace muchísimo. Y ahora la inmigración se dio la vuelta, quiero decir, que ahora viene la gente de fuera, o venía, mejor dicho, porque está ahora el país bastante mal económicamente.
Me encantó Piedra. Y la foto también, con sus dos fresnos, tal como explicas en tu historia.
un abrazo.
Tus letras, una vez más, toman los colores de los caminos, los olores de las tierras y las penrrias del pueblo. Una vez más me has transportado a otros mundos, junto a otras gentes y les he oído llorar.
ResponderEliminarGracias por este nuevo viaje.
Saludos
Un placer releer este texto, Piedra, y podría leerlo varias veces más. He intentado imaginar qué se sentía emigrar en aquellos tiempos, cuando el adiós era para siempre y el único vínculo que quedaba era alguna carta esporádica, pero no sé si lo logro, es algo tan ajeno a mí, tan extraño. Siempre es un placer leerte y ver tus fotos, ésta te ha quedado pintada con este texto.
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