Peón cuatro rey.
Estaban su padre y ella en el centro del comedor, que era enorme y desamueblado, concentrados, mirando a un infinito con nombre, inscribiendo su mordacidad en cada uno de sus gestos.
Ella le invitaba a jugar, y él la miraba con expresión de alejamiento y con sobriedad, de manera que cualquiera que hubiera sido testigo del suceso, hubiera pensado que él no le prestaba ninguna atención.
Ella insistía, juguetona, apretando los dientes sin darse cuenta; sintiendo la presencia de su padre ante ella como un rival confidente, como el agresor dulce, como parte integrante de la parte que configuraba su todo.
Pasaban minutos y minutos y la vitalidad de ella, absorta en el cálculo, en la organización, en la ansiedad de hacer las cosas cada vez mejor.
El no se daba cuenta que ella le psicoanalizaba en cada uno de sus movimientos. Si movía un dedo, ella sabía que no lo había hecho fortuitamente, que cada partícula de su piel que él cambiara de posición estaba perfectamente estudiada para que ella aprendiera, para que ella se introdujera en la jungla que el futuro le estaba preparando. Por eso se ponía nervioso. Para él suponía un reto eterno el mover una pieza del tablero porque eso significaba una alegoría de la vida, una doctrina enseñada una sola vez y para siempre.
El juego hoy era interminable. Él estaba especialmente sensible porque sabía que mañana ella cumplía dieciocho años e iba a ser mayor de edad. No significaba nada cronológicamente, pero el simbolismo es mucho mas duro en la mayoría de los casos que la realidad.
El día anterior, es decir, ayer, él la había esperado hasta las tres de la madrugada escondido tras el visillo del dormitorio; vio cómo el amiguito que últimamente la acompañaba a casa le daba un beso apretado y ella se perdía en los abrazos confundidos entre sus cazadoras. Aquello le había evocado su propia adolescencia y se le habían mezclado el pasado y el presente y se sentía ella con sexo masculino y tenía un miedo irracional que antes no había experimentado.
Ahora quería sentir la tranquilidad de saber que ella podía compartir con el todos sus secretos, pero también quería sentirse alejado, dejarla perpetuarse con su propia intimidad, redimirla de los pecados que él había cometido con el silencio que había elegido para ella.
Peón cuatro alfil dama.
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Salud y fuerza
viernes, 8 de mayo de 2009
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Crudo relato, contundente. Digno del Infierno... Me parece que te lo voy a fusilar...
ResponderEliminar!Qué partida tan dificil la de padre e hijo!. A veces las "tablas" perduran toda la vida. Muy bien contado. Todo un disfrute. Expresiones.
ResponderEliminarPiedra
Me gustó mucho la dualidad que haces entre la vida y la partida de ajedrez. Entre las movidas de padre e hija. Me costó al principio, pero luego, observando más en detalle, lo disfruté
ResponderEliminar(y mucho!) ;)
ResponderEliminarJimulete, lo tienes claro si esperas fusilármelo. Antes te visto de tebeo.
ResponderEliminarMiguel, tú sí que cuentas bien. Aprendo de ti y de tu manejo de la naturaleza, así que hay que guardar el nivel para que cuendo aprenda, aprenda bien, jajajajajaj
Nofretita, esa es la intención, que la metáfora sea más sólida que la realidad. Quisiera seguir con el relato y hacer algo más largo que fuera casi casi una mininovela o algo parecido... pero bueno, antes el tiempo tiene que ser mi amigo...
Besitos a todos y gracias por regalarme vuestro tiempo