En el fondo de mi alma vive un duende, que a veces juega a dibujar en mi boca una sonrisa, cuando pone en mi pecho un trozo de ternura. Me transporta al pasado: tengo una madre abnegada y amorosa, hermanas, un gran amor bálsamo para mis heridas, amigos y luego dos pimpollos pequeñitos, que se van transformando en las rosas más hermosas, una germinó nutriéndose en mi savia. A través de sus ojos miro al mundo, sin temor a sus grandes desafíos, me infunde la fuerza de un coloso, es mi presente y mi futuro, la razón de vivir mi vida.
Pronto cae una cortina densa de neblina, esfumándose el ayer y muy dentro una voz triste me recuerda, que todo lo he perdido, en las garras implacables de un destino incomprensible.
Vuelvo a sumarme a la columna de los débiles, los vencidos, mariposas de alas rotas, rocas transformadas en arena por la furia de las olas, aquellos que no encontramos el camino y vagamos por tierras inhóspitas, desangrándonos en los zarzales.
Retrotrayendo a veces nuestras mentes a la infancia, para olvidar que hoy las penas, nos arrastran hacia el borde de un abismo.