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Salud y fuerza

domingo, 30 de junio de 2013

Tu









          



             Tu rostro se esconde tras las esquinas de la ciudad, tu aliento se disfraza de aire dentro de los pulmones, tu voz se agazapa tras mis palabras, tus pies caminan debajo de las huellas de los míos, te mueves al mismo ritmo que yo.
            Y sin embargo, cuando me detengo para contemplarte, cuando mi voz deja espacio a la tuya, cuando mis pulmones dejan de respirar para dar paso a tu aire, desapareces. A veces pienso que vives solo en mi imaginación, que no eres más que un sueño oculto en un cuerpo que inventé.
            Ah, la educada razón asiente, la cordura y la sensatez se confortan con estas últimas palabras mientras tu sonríes detrás de las cortinas.











Aquellas noches heladas



 


              Aquella esquina donde comprábamos los cigarrillos después de salir del cine de las nueve, aquella esquina, te acuerdas que fumábamos como desesperados antes de que la lluvia nos los deshiciera en los labios. Te acuerdas de la señora que nos hablaba de la película como si ella ya la hubiera visto, cuando en realidad repetía lo que otras parejas como nosotros, comentaban mientras compraban el tabaco o los chicles.
            Tal vez ya no te acuerdes, tal vez yo me haya evaporado de tu cuerpo como aquel vaho que nos salía de los labios en esas noches heladas, de una ciudad helada mientras la luna llena, hermosa, grande, espléndida nos miraba. Nunca te lo dije pero yo pensaba que mientras la luna llena iluminara nuestro amor… soy una ilusa, lo sé.
            Vuelvo a la señora. Ya no está. Ahora atiende su hija el pequeño kiosco, que de pequeño y roñoso ya no tiene nada, ahora es grande, limpio, con una tele y los comentarios acerca del fútbol reemplazaron las viejas películas de nuestro cine barato. El teatro si aguanta todavía, ahora se ha dividido como un mutante y de aquella sala enorme con pantalla gigante mutó en siete mini salitas donde, por suerte, dedicaron cuatro a gente como nosotros que gustaba ver películas que nadie quiere ver.
            La ciudad es diferente, aunque la lluvia sigue deshaciendo cigarrillos, la fachada del teatro conserva su estilo, el viejo Urapan sigue en pie y la luna, la luna llena también estaba ahí mirándome con toda su bocaza abierta al verme tan cambiada.
            No te puedo describir mis sentimientos en ese momento, pero por un instante me pareció ver tu espalda tras el tronco del árbol y mi cuerpo se encendió, me salieron chispas de la piel y cuando quise darme cuenta, tu cuerpo también explotaba como un fuego artificial en las noches de verano y en ese destello de tus ojos lindos, cayó sobre la palma de mis manos tu mirada, tu sonrisa, tu tibieza y el olor de tu cuerpo se abrazó al mío.
            Corrí a casa. Habías vuelto y yo tenía que bañarme, yo necesitaba limpiar mis otros amores, borrar con aroma de lavanda los otros olores y sabores. Abrí los ojos bajo la ducha y le pedí a la luna que me bañara con su luz, y ella me hizo caso; su luz se deslizó por el país de mi cuerpo para que yo pudiera renacer sin otras huellas de besos o caricias.
            Salí de la ducha sintiéndome sin pasado, ahora si podía abrazarte, ahora podría apretarme contra tu pecho, pero tus manos me detuvieron a un centímetro de tu piel, me tomaste de la mano y llevaste hasta la ventana y me mostraste tu vida con ella.
            Te habías enamorado de una frágil mujer que te esperaba en un lecho nebuloso… duele mucho susurré.
           
            - Algo más señora.
            - No, le dije y me marché de allí con tu recuerdo.

domingo, 23 de junio de 2013

Festejando los 85





Florentino Ariza limpió los puños de su camisa con migas de pan blanco. Quería que Fermina oliese el pan recién horneado, en el zaguán de su casa, a la caída de la tarde.
Después de limpiar los puños, Florentino quedó como triste. Recordó aquella tarde cuando la vio por primera vez. Salía del colegio con su trenza rubia a media espalda, pizpireta, cogida del brazo de las amigas y casi sin tocar el suelo llenaba toda la calle.
Fue un solo golpe de vista. Quedó prendado. Fermina lo sintió, levantó la cabeza y la trenza quedó al aire. Florentino tuvo que apoyarse en la pared, las piernas no le respondían, el corazón desbocado, latía tan acelerado que por un momento perdió la vista. Cuando la recuperó, el encanto había desaparecido. Una esquina mal avenida se interpuso en su camino y solo le quedó el perfume a jazmín.
Hacía ya tres otoños que todos los días escribía carta a Fermina y por fin hoy, tuvo la respuesta soñada. Le esperaría en el zaguán de su casa con su ama, antes de que se pusiese el sol, para ver bien, sin tener que acercarse demasiado.
No lo podía creer, tanto tiempo esperando la respuesta, y hoy que la tenía, le inundó la tristeza. Como si se hubiera roto un encanto, y encanto era, ir a la cama todas las noches, soñando antes de dormir, que Fermina le estaba esperando a la puerta de su casa.

El Magdalena semejaba un río de plata, y los dos enamorados miraban más allá del horizonte. Buscaban un rincón en  la selva donde comenzar la nueva ventura.



viernes, 21 de junio de 2013

Los comediantes







— ¿Sois vos el bufón?

—El bufón soy, mi señor: festivo, jocoso y burlón.

— ¿Y quién es ese que os custodia?

—Mi amigo, Ángel Manuel Serafín; domina el arte de tañer el mandolín. Os solazará con sus tejemanejes pues conoce el complicado arte de volar; repararéis en que la fortuna concibió que con alas naciera. Sabe de malabarismos, y juega con una pelota cual si ésta fuera parte de su propia esencia, asimismo, es dulce como la miel, ¿digo bien, Ángel Manuel?

—Conveniente habláis, Tatú amigo.

—Meritorias dotes manifestáis de vuestro amigo pero ¿y vos?..., observo que poseéis armadura. ¿Acaso venís de alguna hostilidad?

—Únicamente, en verdad, de la cruzada que es el natural mundo: desalmado, corrompido y cruel, ¿acaso miento, Ángel Manuel?

—No exageráis, compañero.

—Conforme; hacedme una exhibición de vuestras pericias.

Ángel aleteó un rato, remontando hasta el techo y bajando en contoneos volátiles. Entretanto, Tatú se despojó del caparazón.
El volador bajó presto y raudamente compuso un instrumento con la coraza del amigo, tañendo luego unas melodías que entusiasmaron al preclaro.
Después, envuelto de nuevo en su armadura, el bufón se formó una bola y el otro principió a lanzarlo arriba y abajo.
El insigne quedó deslumbrado ante el espectáculo. Sin embargo, les indicó que no los contrataría.

—Todo me pareció prodigioso, pero me habéis burlado; no era un mandolín, era un charango.








Espuma 



sábado, 15 de junio de 2013

Al árbol solitario. Camino de Santiago, Palencia.



El árbol solo, sin más compañía que soles y vientos, resistió las nieves del invierno y con las aguas de primavera, surgió de nuevo en el alto páramo castellano.
Ya da sombra a los romeros de Santiago, pero vendrán duros días de estío, días de polvo, sudor y cantimplora, cuando el otear del árbol en el horizonte de velas al caminante, que suspira con descansar bajo sus ramas. Tomar resuello, sacar un trozo de queso, comprobar que sabe a cielo y soñar despierto con llegar a la próxima colina. Allí donde otro árbol le acerque un poco más a su meta, que parece crecer con el ondular de las sementeras, como si el sendero se alargase al ritmo de los vientos y Santiago estuviese al fin de las tierras.
Piedra

http://miguelbueno.blogspot.com.es/2013/06/al-arbol-solitario-camino-de-santiago_10.html

jueves, 6 de junio de 2013

El



http://erasmusv.files.wordpress.com/2008/03/el_mundo.jpg


            El anda por ahí guerreando su batallas,
            El recorre millas de cuerpos ausentes,
            El construye odiseas,
            finales heroícos o trágicos.
            El llena horas vacías con personajes de humo,
            El construye mares con sus lágrimas,
            mares a los que les roba la sal,
            lunas verdes
            soles negros
            calles amarillas
            El llora los amores
            Yo lo miro.

El bombón de chocolate









 
Volver a casa es como volver al vientre materno. Mientras estamos suspendidos entre un salir y un llegar, la mente revive imágenes placenteras, evoca olores gratos y saborea placeres ya idos; emociones resguardadas bajo una coraza de seguridad con olor a café recién hecho.
      
Al llegar, el mundo es un nudo de abrazos, de besos, de voces que demuestran, ahora si, tener un cuerpo palpable y un calor contagioso. Después todo es un destripar de maletas, unas manos que dan, otras reciben entre palabras atropelladas.
      
Finalmente, en todos los viajes pasa, nos damos cuenta que hemos perdido algo, algo muy importante y el terror paraliza. Si. Se ha perdido el bolso de mano, lleno de esas cosas triviales que de repente son imprescindibles en nuestras vidas: el pequeño cepillo de dientes, el pequeño espejo, la pequeña billetera que contiene los documentos que demuestran a los demás quienes somos, donde vivimos, qué profesión tenemos y cuanto dinero tenemos en el banco. La caja de bombones.
     
Así, la bienvenida se convierte en un trabajo arduo y común: todos buscan, todos aportan, todos opinan dando soluciones. Habría que volver a las oficinas del Estado a solicitar de nuevo documentos de identidad, es un engorro pero un tema solucionable, la libreta con las direcciones de los amigos, también es una pena haberla perdida, pero los amigos siguen ahí, los objetos, se pueden volver a comprar, pero la caja con los bombones de chocolates no aparece por ninguna parte.
     
El colapso está a punto de dejarnos inmóviles, la boca se reseca, las manos tiemblan, el cuerpo se desgaja como si los huesos se hubieran vuelto de gelatina… sí, todo por una caja de bombones de chocolate que nuestro paladar jamás podrá volver a saborear.       Por nuestra mente pasan todos los bombones que nos hemos ido comiendo a lo largo de nuestras vidas, aquellos que de pequeños comprábamos en la tienda de la esquina, luego los rellenos de licor para luego fingir que habíamos probado el ron, después aquellos que nos dio el "bombón" de quince años que se enamoró de nosotros, más tarde los que quizás preparamos con nuestras manos para dárselos a otros… no, eso no se recupera jamás. ¿Cómo podremos seguir viviendo sin ellos?