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Salud y fuerza

viernes, 12 de marzo de 2010

En homenaje


Esperó en la recacha de la ermita la llegada del manijero. Cuando apareció, pasó de largo, como si no lo conociese después de tantos años de lluvias y vientos. Otro día más a calentarse al sol de la recacha, por lo menos esta mañana, no se blanqueaba la yerba con la escarcha de la aurora, ni revocaba el terral como estos días atrás.
Parecía estar acostumbrado a quedarse sin trabajo y no le echaba la culpa ni al destino, sabía muy bien que estaba metido en los sesenta y ya no era lo mismo de cuando mozo. En aquellos años le metía mano a todo y lo mismo lo llamaban para podar viñas, que para escardar el trigo con el almocafre, o varear los olivos, nunca se atrasaba en el tajo y era el último en llegar al revezo. Tampoco tenía que ir a la recacha de la ermita, quedaba de un día para el siguiente y mientras duraba la temporada no le faltaba el pan a sus hijos.
Ahora era distinto, se había quedado solo con su Dolores, los tres hijos se fueron a buscar la vida en otras tierras, y se arreglaban con poca cosa. Dolores criaba unas gallinas en el corral y aunque los huevos eran para hacer unas pesetas, cuando no había otra cosa de que echar mano se tomaban unas sopas de ajo, era una forma sencilla de esperar a otro día y no le echaban la culpa ni al cura, que fue el primero que le dijo que no volviese para acabar la limpieza de los barbechos detrás de la iglesia.
Vivían el uno para el otro, como hacía ya cuarenta años, sin un si ni un no. Estaban tan acostumbrados a su soledad de dos que aunque les dolió la salida de casa de los hijos y tardaron en aceptar la “ley de la vida”, habían encontrado consuelo mutuo y dejaban pasar los días, soñando sólo en las fiestas del pueblo, cuando volvía su hija con el nieto, ese que tenía el mismo antojo que él en la ceja.

Texto y fotografía de Piedra

1 comentario:

  1. Me encanta esa pintura de la tierra campesina, lamntablemente a punto de extinguirse Piedra. Aunque hay términos que no conozco, como recacha, el resto del relato me habla de una vida que como citadina, la veo envuelta en un halo mágico que no tiene nada que ver con la dureza de las madrugadas de inviernos crueles.

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