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Salud y fuerza

viernes, 10 de mayo de 2013

Aquel vestido


 















  ¿Lo guardamos…?
             Sí, no soy una loca aunque hable en plural y esté sola, sé que no lo estoy, sin embargo lo que no sé, es por qué lo hago.
 
             Debemos guardar todos los objetos valiosos, en el entre-techo de nuestra casa, allí estarán seguros y a salvo, todo lo que hemos ido acumulando a lo largo de nuestras vidas, además de lo que se nos ha adherido a la piel mientras hacíamos el ejercicio de vivir, desde el momento de nacer.
              Vuelvo a lo mismo. Debemos guardar nuestro tesoro, debemos protegerlo de soles y lunas, de nieves y lluvias, que nos atacan por arriba y de las visitas que acechan por abajo.
              Ahí está lo más preciado, lo más entrañable, todo lo que hemos necesitado para respirar, sí, no te rías, también está aquel vestido que tanto te gustaba quitarme.
              Después de guardarlos, después de asegurarnos de que nuestra fortaleza era inexpugnable nos entregamos al sueño,  abandonamos a nuestros cuerpos.
 
             Yo soñé con fuegos artificiales, me encantan las explosiones de luz sobre nuestras cabezas, me sentía tan segura que alcé el vuelo y atrapé una estrella naranja, la encerré entre las palmas de mis manos… era el mejor regalo que podría darte.
 
             El olor a quemado nos despertó. Por inercia saltamos de la cama, huimos, alguien avisó a los bomberos y cuando respiramos, volvimos la vista atrás.
 
             A lo lejos vimos como el techo de nuestra casa explotaba. De él salían estrellas de todos los colores.
 
             Cuando la oscuridad volvió, cuando el frio se apoderó de los rescoldos y el mundo era solo un montón de hierros retorcidos, cristales rotos y maderas humeantes, nos tomamos de la mano y volvimos a nuestra casa. Nos tapamos la nariz para evitar el olor a chamuscado, nuestros pies eludían las brasas y las lágrimas nos hacían perder el equilibrio, las manos derrotadas no querían abrirse, se empeñaban en cerrarse en forma de puños impotentes y las uñas araban surcos sangrientos entre las líneas de la muerte y la vida.
 
             Una eternidad, un agujero se abría espacio entre nuestras barrigas mientras nos mirábamos a los ojos aceptando la derrota. El destino nos ganó, se impuso en su crueldad, se ensañó con dos pobres y patéticos humanos que intentaron la felicidad.
 
             Nada que hacer. Agachamos la cabeza, como reos ante la guillotina.

              Sí. Los dos abrimos los ojos al mismo tiempo. Allí estaba ese vestido que…

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