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Salud y fuerza

miércoles, 23 de junio de 2010

LA DECIMOTERCERA PIEDRA




Esta es una historia muy antigua de una gran amiga nuestra "Vedia", cuyo nombre real, como todos sabéis o recordáis es Merche. Ahí va entonces:

“Trece Son las piedras que han de completar el círculo…”


Era la criatura más hermosa que había visto jamás...
La observaba embelesado escondido tras el escaso ramaje, a la orilla del río, donde ella danzaba al ritmo de notas de extrañas canciones, sones que no contenían palabras. Extraños y bellos ecos surgían de aquella garganta divina o de aquel cuerpo omnipotente.
La luna llena reflejada en las calmas aguas, su estela plateada interrumpida por aquella figura ondulante.
La quietud de la noche, el sonido de su cuerpo adentrándose en el agua, de nuevo la danza y esa larga cabellera penetrando en el río mojándose de estrellas.
Ella miró hacia donde él se encontraba y sus ojos se cruzaron por un segundo. Salió del agua, lentamente. Su cuerpo desnudo avanzó hacia los arbustos, deslumbrante, sensual, eterno.
Se acercó. Sus ígneos ojos brillaban. La noche, el río, el fuego…Puso los dedos tibios en sus labios, mientras murmuraba en un lenguaje incomprensible bellas palabras de amor al alma.
Enlazados, cayeron al suelo rodando.
Las pieles se unieron en un poema, meticulosa estrofa de sueños.
Las bocas susurraron promesas eternas, las caricias marcaron la desnudez de sus cuerpos.
Él cayó rendido en el abismo de sus pechos.
Los sexos se saludaron con avidez dolorosa, mientras intentaba nuevamente mirarla a los ojos, sin éxito.

El agua, el río, la luna, su pelo…

Despertó en medio de un claro del bosque. No recordaba cómo había llegado hasta allí. A su lado, restos de un fuego extinguido y sus ropas desgarradas. Agotado, miró en derredor y se encontró en el centro de un círculo formado por doce piedras, perfectamente colocadas. Se miró el pecho y observó una marca roja parecido a un pétalo de rosa.
Sintió un escalofrío recorriéndole todo el cuerpo, de arriba abajo, de abajo arriba, de dentro a fuera, de fuera a dentro…y salió corriendo.




Todo estaba preparado.
La muchedumbre se agolpaba en la plaza de la aldea dispuesta a presenciar el espectáculo.

Lo que sería después la gran pira presidía el centro de la plaza. El jurado, a la derecha, en un improvisado palco, esperaba el gran momento.
La muchacha fue conducida hacia su hoguera mortal. Llevaba la cabeza tapada con una capucha negra. No se atrevieron a descubrirle el rostro desde su captura nocturna. Sabían que las brujas, a la luz del día, se convertían en una visión terrorífica imposible de olvidar para los ojos humanos. Annia apenas podía andar. Su cuerpo maltratado agotaba los últimos momentos de cordura en un paso lento, arrastrado, intentando mantener la cabeza encapuchada erguida, como si sus ojos adivinasen a través del oscuro paño las miradas que la seguían.
Su cabello rojizo y ondulado se dejaba caer sobre los pechos pequeños, desafiando ese sol magnífico de aquella primavera de 1394. Había llegado el momento: La bruja iba a ser quemada.
El juicio fue rápido. Demasiados testigos juraron ante Dios ofreciendo su testimonio.

Hubo quien la vio preparar sus ungüentos para volar, mezclando corteza con unto de caballo y culebra, para después impregnarse las corvas y las ingles al tiempo que decía las palabras prohibidas.

Otros tantos oyeron sus cánticos sin palabras, mientras ofrecía su cuerpo al diablo que, unas veces con apariencia humana y otras de macho cabrío, se acercaba al claro del bosque para deleitarse en su cuerpo, tras una serie de danzas más allá del Serc , hasta completar el círculo de trece. Juraron llegar a ver cómo las uñas de la muchacha se clavaban en la espalda de la bestia y afirmaban que aquellos gemidos les perseguían en sueños, terribles ensoñaciones que no cesaban desde entonces.
La vieron quitarse la piel y ponerla en remojo en una tinaja antes de subirse a la escoba, maldecir a Dios, beber la sangre de niños pequeños muertos en sus propias manos…
Aunque la prueba definitiva, la que tuvo más peso, fue la marca de Annia en su pecho: Una mancha rosada con forma de pétalo de rosa, insensible a los castigos, según sus torturadores. Sólo las brujas eran marcadas por el diablo, para ser reconocidas. Definitivamente era una de ellas. Y hoy se haría justicia.
Se hizo un silencio expectante en la plaza de la aldea cuando la muchacha fue maniatada en el centro junto a los matorrales que habrían de arder poco después.
Thomas se hizo un hueco entre la multitud, empujado por un sentimiento extraño que lo conducía hacia las proximidades de la mujer. Iba como hipnotizado, guiado a su destino con paso firme y con voz callada.
El silencio se prolongó durante unos minutos. No se oían las aves. No se oía el viento. Silencio infernal. O silencio divino.
Sólo la respiración profunda de la muchacha que hacía mecer sus rizos anaranjados en un suave compás. Sólo el sonido del miedo de la gente que purgaba sus culpas en la hoguera ajena.
El muchacho se adelantó y se dirigió a los miembros de los hombres sabios, aquellos que habían sentenciado a muerte a la muchacha y pidió ver el rostro de la condenada.

Continuó el silencio. La muchacha murmuró algo ininteligible y su verdugo le quitó la capucha dejando su semblante al descubierto. Dirigió sus ojos hacia Thomas y se quedaron en los de él. No tenía miedo. Antes de morir quemada, tenía que decirle algo…
Thomas sintió su mirada como una puñalada…Un vértigo que casi le hizo perder el equilibrio se apoderó de él. El tiempo pareció detenerse, sólo por un instante. Entonces, escuchó su voz…

Oyó la voz de su cuerpo en el río, noche tras noche, durante doce ciclos de luna. Sintió su calor, su olor y su pecho chocando con el suyo. Entendió en un segundo el por qué de su apatía, su sonambulismo y su sueño perenne: Era ella.
Nunca consiguió mirarla a los ojos…hasta ahora.
Aquellos ojos que invitaban al deseo, brillantes y eternos. Aquella mirada que tantas veces quiso encontrar, emborrachado de deseo. Ahora, frente a la hoguera supo el significado de todo lo vivido. Entendió por qué su cuerpo caminaba sin saberlo las noches de luna llena. Comprendió por qué amanecía desnudo en el claro del bosque, desmemoriado y cansado. Incluso pudo ver cómo cada ciclo lunar se añadía una piedra más al círculo…

Una brisa ligera le trajo el olor de la muchacha y lo aspiró. Dejó de mirarla a los ojos y descendió lentamente por su cuello, los prominentes pechos, la cintura, la delgadas piernas…y quiso morir de nuevo en ese cuerpo, como otras tantas veces.
Alguien prendió la hoguera, el tiempo se acababa. La muchacha, lejos de gritar ni se inmutó. Todo cuanto quería ver estaba frente a ella. Se llevó las manos blancas a la incipiente curva de su ombligo y sonrió. Allí estaba la decimotercera piedra, la que cerraba el círculo.
Nadie pudo evitar que el joven se precipitara en la hoguera.

Cuentan en la aldea que, más allá del Serc, cuando la noche es calma y las estrellas brillan reflejadas en el río, la bruja y el diablo siguen amándose con ese deseo brutal que sobrepasa los deseos humanos.

El agua, el río, la luna, su pelo, sus cuerpos entrelazados…por toda la eternidad

Vedia

4 comentarios:

  1. Si no estoy confundido, creo que esta apasionante historia o ilusión de los sentidos, ya nos la regaló nuestra Merche en Atra. De todas formas, al leerla, me sigue pareciendo increíble su ingeniosa imaginación. Me ha encantado su lectura y su ágil prosa. Enhorabuena y que siga la racha, te esperamos,Vedia

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  2. No conocía el relato de Merche, otra sospresa del andurrial. A ver si entra sangre nueva y se va pareciendo a nuestro añorado Atra.
    Un disfrute.
    Expresiones
    Piedra

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  3. Gracias por este relato Merche. Lo he disfrutado al máximo. Y me uno al deseo de Piedra, ojalá que sigas colgando tus textos aquí.

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  4. Yo tampoco recuerdo haberlo leído, aunque mi mala memoria a veces me es útil para volver a disfrutar de textos como éste después de algún tiempo. Muy lleno de sensaciones y con una narrativa muy cuidada, aunque me confunde un poco el final ¿entonces el muchacho era el diablo?
    Me gustaría mucho que sigamos uniéndonos a este espacio, a ver si Merche se anima y nos sigue dejando aquí sus textos para nuestro deleite.

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