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Salud y fuerza

jueves, 2 de septiembre de 2010

Artículo de Jaques Sagot acerca de la desnudez prematura y superficial




Jaques Sagot

Tal parece que hoy no se es mujer a menos que se tengan las piernas de Sharon Stone, los senos de Pamela Anderson, el lunar de Cindy Crawford y las nalgas de Jennifer López. La belleza plástica, la proporción de la forma y el esplendor puramente cosmético constituyen la definición, la esencia misma de la mujer contemporánea. La modelo, la vedette de almanaque, la beldad "oficial" son en nuestra sociedad productos de consumo, objetos fabricados para el manoseo mental de la turba, adorno de portadas, sonrisas de cartón, carnada de las pancartas publicitarias. Son deidades ungidas por la sociedad de consumo, fetiches de las masas ciegas, sordas y mudas, ídolos efímeros ante los cuales se prosternan tan solo los peleles. 

Digámoslo alto y claro: por bella que sea, una mujer no es, no puede ser, nunca será una mera calcomanía, un logotipo, un emblema del consumismo auto gratificador. Son muchas las jóvenes que creen tocar el cielo cuando ven esos ojos, esa boca, esos senos suyos merecedores de tan diferente homenaje, engalanar los anuncios de carros, de cigarrillos o cerveza. ¡Valiente título de gloria: el saberse la fantasía masturbatoria de una pacotilla de jetas! 

¡Usar el cuerpo de la mujer para vender porquerías es como utilizar la luz de un cometa para alumbrar un burdel! La reducción de la mujer a sus meros atributos físicos es, entre todos los artificios de manipulación que el hombre ha creado para su satisfacción personal, uno de los más viles y nocivos. 

Entendámoslo de una vez: la mujer no vino al mundo para fungir como un puntual y solícito agente del placer masculino, su misión no estriba en proveer la constante gratificación del macho. ¿Es acaso que unas libras de más privan automáticamente a una mujer de su derecho a ser amada? Por qué si esas son las reglas del juego, lo justo sería que también los hombres árbitros intransigentes y absolutos de la belleza se sometan a ellas. 

Exijámosle entonces a cada pretendiente la musculatura de Schwarzeneger, la sonrisa de Cary Grant y la gangsteril sexualidad de Robert De Niro: ¡A ver qué pasa! El efecto de tales expectativas sobre el hipertrófico ego del macho latino sería tan devastador, que de inmediato tendríamos una legión de neuróticos e impotentes sexuales por hombres. Y sin embargo, este es, ni más ni menos, el tratamiento que durante siglos hemos infligido a la mujer.

Una de las más interesantes –y divertidas– consecuencias de la liberación femenina es que ahora la mujer puede también darse el lujo de "cosificar" a su compañero, y darle a probar de su propia medicina: 

compararlo, medirlo, convertirlo en objeto estético y comentar sus dones –o falta de ellos– abierta y desenfadadamente. Ya veremos cuánta inseguridad genera esto en aquellos que alguna vez se autoproclamaran pontífices incontestables de las formas y volúmenes físicos. No me malentiendan. Nada tan lejos de mí como despreciar la belleza corporal, o ensayar aquí una apología de la fealdad. 

Bien que mal soy músico y, como todos los de mi gremio, padezco de una incurable debilidad por la magnificencia de los contornos y las texturas. 

Sostengo tan solo que la belleza es plural, y se presenta en tantas formas como mujeres hay. No es, en última instancia, la belleza la que suscita el amor, sino el amor el que engendra la belleza. 
 
Mujeres del mundo: cesen de una vez por todas de atormentar sus cuerpos con cirugías plásticas, liposucciones e implantes de silicón a fin de conformar con un arquetipo arbitrario y convencional de belleza, o de secundar los caprichos de algún mae. El problema no está en ustedes, sino en la trágica miopía de sus compañeros, de esos pobres ilusos que tienen la luna en sus manos y aún no se han dado cuenta. 

Las mujeres siempre serán bellas, porque jamás conocí a una mujer que no lo fuera. Nada tan hermoso como el cuerpo de la mujer que lleva las marcas de la vida, del trabajo, de la maternidad: desde el punto de vista puramente cosmético es quizás menos glamoroso, pero el hombre sensible sabe reconocer en él la prueba de un rasgo sublime: 

la capacidad de amar algo o a alguien más que a sí misma, de postergar su propio ser en aras de un hijo, de una obra, de una misión trascendente. Las arrugas no son vejaciones infligidas por el tiempo, son antes bien títulos de gloria, condecoraciones que la vida nos confiere. 

Hay fuego en la mujer joven, pero en la mujer madura hay luz, esa luz purísima que vivifica en lugar de abrasar. El mundo esta harto de chiquitas relamidas y carilindas. Denme una mujer verdadera, una mujer con letras Mayúsculas: MUJER, y guárdense a sus muñequitas de almanaque, tan plásticas y deleznables como el papel en que sus sonrisas están impresas. Denme la mirada alucinada de Juana de Arco cuando auscultaba el silencio; la frente umbría de Marie Curie, altiva en la solitaria vigilia de su trabajo; los senos pródigos de la libertad que conduce al pueblo, tal como lo soñara Delacroix; las manos de Camille Claudel, domadoras del bronce; el delirio de Isadora Duncan; las abismales visiones de Frida Kahlo: he ahí el linaje de mujeres que el mundo necesita desesperadamente. Lo demás, señores, es mera superficialidad.


1 comentario:

  1. Bueno todos nos hemos enamorado de un Ferrari, pero si tenemos una mudanza o hemos de ir por carreteras secundarias, o sencillamente, no se puede ir a tanta vlocidad lo suyo es tener un coche no tan aparente p, pero sí más todoterreno. Con esta comparación no quiero decir que las mujeres sean como los coches, ni mucho menos. Pero como dice una amiga mía el sexo se hace con el cerebro. Tal vez por eso esta sociedad sea tan imbécil. Aunque a los músicos tampoco hay que hacerles mucho caso, están rodeados de bellezas efímeras y de mentes vacías, rodeadas de técnicos con mucho talento...

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