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Salud y fuerza

lunes, 17 de enero de 2011

Honorable Caballero

(A la Pacheco, una infiltrada muy discreta.)

Érase una vez, como podía ser otra, en un territorio no muy lejano, a unas 2 horas de avión, en el que habitaba un Mandamás; quien no quería perder su mando bajo ningún concepto.
El Gran Caballero, Gran Jefe de TeleMierda y amigo del Cielo y del Infierno, disponía a su antojo de la vida y futuro de sus súbditos. Los votantes/súbditos añoraban su extravagante y criminal forma de vida, aspirando a pertenecer o ser amigo de él para gozar, aunque fuese sólo un día, de aquellas grandiosas bacanales en las que todo estaba permitido (si tenías dinero suficiente u ofrecías un negocio suculento para los intereses del Honorable Corrupto.)
Fue así como poco a poco la ponzoña social fue apoderándose de los cimientos de un pueblo milenario, aunque los filósofos decían que los cimientos eran la propia ponzoña. Entre el gran caos, un lugar intocable, marcaba solemnemente las formas de vida de aquel Imperio y de sus amigos. La Serpiente Eterna era tan poderosa y poseía tanto veneno interno que nadie se atrevía a contradecir su existencia, aquel que lo hiciere llevaría el estigma inmortal del Perdedor Infinito. Y así fue su existencia hasta la entrada de un Nuevo Mandarín, quien aburrido de tanta decadente y rococó decoración, envió a los sótanos todo recuerdo de aquella milenaria civilización. Un nuevo estilo se imponía.

1 comentario:

  1. No sé si la culpa es de quien permite y además se enfada por que los periodistas no separan la vida privada de su "rey" con la pública.
    Así vamos.

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