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Salud y fuerza

miércoles, 19 de enero de 2011

Una canción revoloteando entre las neuronas








En el esquema de la derecha ustedes podrán apreciar la proyección de nuestras ventas para los próximos cinco años…

Los altos ejecutivos escuchaban atentamente hasta que Enma terminó su exposición, vino luego una larga discusión, algunos puntos por aclarar, sugerencias atropelladas hasta que finalmente todos llegaron a un acuerdo. Se estrecharon la mano, algunos se despidieron con un beso en la mejilla, haciendo uso de los años de amistad, dejándola sola frente a la pantalla desplegable.

Emma recogió sus cosas, guardó meticulosamente todas las notas y papeles con las sugerencias y abandonó la sala de juntas. Llegó a su despacho, encendió el ordenador, se dispuso a trabajar un par de horas más hasta dejar todo archivado, antes de que se olvidara. Empezó a escribir la sugerencia del representante de la costa norte del país, las ideas se grababan en la pantalla con extrema fluidez, como si su memoria hubiese registrado hasta las pausas del acento natural del joven, entre frases como el consumo masivo, en su cerebro empezó a resonar una canción de la que recordaba solo pedacitos que saltaban entre sus neuronas - *me perdí en un cruce de palabras - reunión programada para el próximo mes, sin dilación pues se prevé un alza de los precios al consumidor - *no voy a sentirme mal - levantó los dedos del teclado y sacudió la cabeza con fuerza, como si con ese gesto intentara hacer desaparecer la voz del cantante. Su pecho empezó a saltar por debajo de la blusa de seda, algunas gotas de sudor se deslizaron del borde de su frente para caer en el precipito de sus párpados - *si algo no me sale bien -

Apago el ordenador, tomó su chaqueta y salió de su despacho. A esas horas todos los empleados hacía rato habían abandonado las oficinas, seguramente ya estarían disfrutando de su vida más allá de los despachos laborales - *que he aprendido a derrapar - a su paso empezaron a volar pensamientos como gallinas espantadas, que agitaban frenéticamente sus alas y se estrellaban contra la pared produciendo un desagradable ruido de picos rotos contra el cemento de la pared, un ruido en el que también se podían adivinar los zarpazos de las uñas resbalando sobre las baldosas del piso y los cuerpos rodando. Enma se echó a correr, odiaba las gallinas, ni siquiera con un buen guiso podía soportarlas, una nube de plumas la rodeó como si fuera un efecto especial hollywoodense y el olor de alas, el polvo de esos cuerpos frenéticos empezaron a marearla - *y chocar contra la pared - Llegó a la calle.

Respiró el aire fresco de la noche y *contó hasta diez.



Volvió a su casa, el aroma de su café disipó a los pensamientos gallinas y comenzó a sentirse bien, ahora recordaba la cara del ejecutivo, hummmmm…



* Antes de que cuente diez por Fito y los Fitipaldis

2 comentarios:

  1. Cómo me gustan tus textos. Es una encantadora caricia con un regusto de una gran y contundente hostia. Por cierto, leí el relato mientras escuchaba la canción de Fito y los Fitipaldis. Así no, amiga, así no voy a curarme de esta bipolaridad.

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  2. Leí este texto en tu blog y en serio que me encantó, esos pensamientos gallina se quedaron pegados a mis sesos y me acuerdo de ellos a cada rato. Las imágenes son tan poderosas que casi escucho el revoloteo descontrolado de las gallinas en la mente de la protagonista y me atraganto con la polvareda de las plumas. Un simbolismo excelente de la locura que es el día a día de muchas personas, y ni siquiera lo notan hasta que aparecen las gallinas.

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