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Salud y fuerza

lunes, 12 de octubre de 2009

Teoría Literaria I – La realidad literaria


Vivimos encerrados en un universo regido por las leyes de causa y efecto. Si bien sabemos desde casi cien años atrás, que la explicación del mundo de Newton es solo un caso particular de una teoría más amplia, la teoría de la relatividad general; la física y las matemáticas de Newton son las rigen nuestra experiencia cotidiana.
Estamos inmersos en una realidad en la que todo puede ser previsto: si sostengo una manzana en mis manos y la suelto, se que ésta caerá al suelo. Nuestra percepción del mundo real objetivo que nos rodea, nos indica que la caída de la manzana es la única alternativa si la suelto. Sabemos, aunque nunca antes hayamos visto esa manzana, o cualquier otra, que la manzana no se sostendrá por si misma en el aire, ni tampoco saldrá volando.
La narrativa, como vehículo para contar historias, se sitúa en una porción de ésta realidad objetiva, para poder contar ese fragmento de realidad. Lo último no significa que la narrativa deba ser una copia textual del mundo real; por el contrario, debería utilizar la realidad objetiva de nuestro mundo para representar otra realidad objetiva, propiedad de la materia narrada. Cuando digo que la narración cuenta una historia que se desarrolla en una realidad objetiva, quiero significar que el mundo donde se desarrolla la acción se rige por las mismas leyes de causa y efecto que nuestro mundo real.
Si en un cuento narramos la historia de un taxista, por ejemplo, éste debe ser único; el personaje del taxista no tendrá relación con un taxista real; él debe ser real dentro de la materia narrada. Por supuesto estará gobernado por las mismas leyes que cualquier taxista con el que nosotros nos encontremos en la calle, pero no debería ser modelo de ninguno de ellos: cada personaje tiene una existencia propia en la realidad literaria en la que se encuentra enclaustrado.
En el cuento El General Romero, de Fontanarrosa; el personaje que da su nombre al título, es un militar de ficción, el cual no existió; sin embargo, los puntos de anclaje que crea Fontanarrosa, entre la realidad del cuento, con la realidad objetiva de la historia, son tan sólidos, que la narración es creíble para cualquier lector. Y no me extrañaría que alguien comenzara a rastrear la verdadera existencia del Romero.
Pero la realidad literaria es mucho más rica que aquella que conocemos a través de nuestros sentidos. Sería sorprendente enterarnos que una persona ha cumplido 150 años, pero en el cuento de Fontanarrosa, esto sucede, y nos parece natural. Del mismo modo consideraríamos inimaginable enterarnos que un oscuro y mediocre burócrata despertó convertido en un insecto; pero no cuestionamos el mismo hecho en La Metamorfosis.
La realidad literaria se nutre de un material mucho más rico que el de nuestra experiencia cotidiana; y es en este punto donde entra la habilidad del escritor para hacer creíble y razonable la materia narrativa que nos ofrece. El universo en el que existe un cuento o una novela se expande más allá del mundo real objetivo al que acomodamos nuestra percepción, para nutrirse –y morar- en una realidad literaria.
Ésta realidad literaria está conformada, entonces, tanto por la realidad objetiva, como por la realidad imaginaria; que es aquella en la que se encuentran suspendidas nuestras nociones de causa y efecto.
Considerado de este modo, un cuento, podría representarse como un cuerpo rectangular cuya base es la porción de realidad sobre la cual se encuentra asentado; y su altura el desarrollo del mismo, o lo que es lo mismo: su extensión. Es simple ver que debe haber alguna cierta proporción tanto en el desarrollo como en cuanto de la realidad literaria se desea contar.
Si pretendemos abarcar un aspecto amplio de la realidad literaria, y lo hacemos en un espacio breve; tendremos, gráficamente, un cuento ancho, gordo, y muy bajo: como resultado, el lector pensará que el cuento se ha quedado a mitad de camino. Quisimos contar demasiadas cosas para lo que el cuento es.
Por el contrario, si tenemos una narración que toma un muy breve aspecto de la realidad, y al mismo tiempo es muy largo; nos quedará una narración endeble: un rectángulo excesivamente delgado y alto; sin la base suficiente para sostenerlo. El cuento se caerá.

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