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Salud y fuerza

lunes, 12 de octubre de 2009

Teoría literaria X – La creación de un personaje


¿Que busca un lector al leer un texto narrativo?
La respuesta a ésta pregunta es la que nos permite como escritores poder armar un personaje y lograr que éste sea el verdadero protagonista de nuestra historia.
El protagonista no siempre es aquel que vive la mayor parte de las peripecias. Un buen ejemplo es Santiago, en Conversación en La Catedral, de Vargas Llosa. Si bien es con él con quien comienza la novela, es él quien carga con buena parte de la historia, no es el único personaje a quien le pasan cosas importantes. Incluso ni siquiera aparece o es nombrado durante pasajes muy extensos. Sin embargo, nadie que lea el libro dejará de reconocerlo como su protagonista.
Casi lo mismo podemos decir de Emma Bovary, o el agrimensor K, o el conde Drácula. Todos ellos se reconocen como los protagonistas de la historia que el narrador nos cuenta.
¿Qué relación existe entre las razones por las cuales un lector lee una historia y el descubrimiento por parte del autor de sus personajes? La respuesta es relativamente sencilla: el lector siempre busca enamorarse de los personajes; entonces, el escritor, deberá ser capaz de generar la empatía necesaria entre uno y otro para que los personajes cobren auténtica vida.
El escritor debe tener en claro a cada uno de los personajes de la historia antes de comenzar siquiera a contarla. Una forma de trabajo edecuada para esto es crear fichas de cada personaje en la que consten todos los datos posibles: sexo, edad, características físicas, profesión, historias previas, condición social y económica, y todo (TODO) aquello que el autor crea significativo. Si el escritor es capaz de ver al personaje antes de escribirlo, el lector podrá verlo cuando lo lea.
Por supuesto que en la narración no aparecerán todos los datos que se consignen en las fichas, pero el escritor, al conocerlos, sabrá como actuará, hablará, en suma, se relacionará un personaje con los otros.
El paso de la ficha al texto narrado es lo complejo. Si cualquiera lee en la página uno que Juan es alto, morocho, está casado con María, trabaja en una fábrica de botellas, y esta hastiado de su vida; es muy probable que nos olvidemos de todo ello al llegar a la página tres. Esos datos, expuesto de forma tan directa, nunca quedarán marcados en la cabeza del lector, y el personaje pronto adquirirá la consistencia de una sombra.
El modo más efectivo de narrar un personaje es a través de la perífrasis. La perífrasis es un recurso o figura retórica que consiste, en forma básica, en no narrar de un modo directo, por el contrario, hacerlo a través de un acercamiento oblicuo al texto, rodeándolo, girando a su alrededor para narrar las características del objeto sin nombrarlas nunca directamente.
Tomando el ejemplo anterior de Juan, podemos narrar su hastío diciendo que arrastra los pies, que no se detiene entre los curiosos que rodean al ciclista que acaban de atropellar. O en lugar de decir que pertenece a una clase económica medio baja, poder narrar que cada día va a su trabajo en bicicleta.
Otra figura retórica de buen resultado en el trabajo de construcción de un personaje es la paralipsis, que consiste en enfatizar algo a través de su ausencia. Por ejemplo, podemos resaltar el hastío de Juan contando que nunca se reía de las bromas de sus compañeros de trabajo. Del mismo modo que la perífrasis, la paralipsis nos permite acercarnos al personaje no de forma directa, sino rodeándolo.
De un modo básico, la utilización de figuras retóricas contribuye a narrar a los personajes dotándolos de una sustancia mucho más rica que la simple enumeración de sus características, o la transcripción literal de sus pensamientos y modos de sentir. Si podemos contar cada vivencia, cada pensamiento, cada sentimiento solo a través del modo de actuar, entonces habremos creado un personaje.

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