Quien quiera participar activamente y subir textos o abrir foros de debate, no tiene más que escribir un comentario en el foro con su correo electrónico y se le darán privilegios para postear.
Salud y fuerza

jueves, 22 de julio de 2010

Error médico


La historia que hoy nos ocupa trata de un médico que llegó al pueblo con su flamante título debajo del brazo para tomar posesión de la consulta. Y como ocurría con todos los que ejercían esta hermosa profesión en el medio rural, pronto se granjeó la simpatía y admiración de la gente. Como era un codiciado partido, todas las mozas que estaban en edad de himeneo se pasaban las horas frente al espejo antes de salir a misa de once esperando encontrarse al galeno para deslumbrarlo con su belleza. Tampoco le faltaban al médico atenciones de sus respectivas madres que, ejerciendo de celestinas, le llenaban la despensa con canastillas de viandas en forma de conservas de cerdo, adornadas con las mejores y más sabrosas frutas de la huerta.

Pasado un tiempo, una vez tuvo conocimiento de las costumbres y medio de vida de cada hijo de vecino, el médico hizo su elección y terminó casándose con la hija de un terrateniente y adinerado comerciante. Y sabiéndose heredero de una gran fortuna, su atención la centraba más en el cuidado de sus cosechas y ganados, que siempre eran más rentables, que en perfeccionar sus técnicas médicas y ponerse al día en los avances de la ciencia.

En una ocasión, habiendo recibido la visita de un enfermo que padecía de fuertes dolores de espalda, después de que estuvo convencido del diagnóstico, según los datos que el paciente le había facilitado, le hizo la correspondiente receta, prometiéndole que en cuatro días estaría curado. Pletórico el enfermo de optimismo se dirigió a la farmacia, que estaba regentada por un mancebo que era la reencarnación del bien, pero no por eso la ingenuidad y simpleza de su conducta eran menores. Pues ocurría con frecuencia que, a la hora de dispensar los medicamentos, previa comprobación posterior, resultaban ser contraindicados para la enfermedad a que iban destinados.

Cuando el mancebo tuvo en sus manos la receta, nada más empezó a leerla, una sonora carcajada llamó la atención de todos los presentes, ignorando a qué se debía aquella actitud improcedente. Pero el mancebo no se contuvo y, ante el asombro de todos, desveló el secreto. Efectivamente, como se puedo comprobar después, el flamante médico había recetado cien sacos de abono que debería tomar el enfermo a razón de tres sacos al día hasta que se agotara el tratamiento.

2 comentarios:

  1. Nos gusta demasiado prosperar. Anteponiendo muchas veces nuestros deberes a nuestras obligaciones. Muy bueno.

    ResponderEliminar
  2. por cierto que no me extraña de un médico, anteponen el cuerno de un toro a sus pacientes. La desidia de esa gente no tiene límites. Y de seguro que el abono no le haría tanto daño al paciente como el medicamento para el corazón que le quisieron vender a mi madre en la farmacia debido a la mala letra del médico, cuando en verdad necesitaba un antiácido para el estómago.
    Muy bueno, Cabre.

    ResponderEliminar