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Salud y fuerza

sábado, 9 de octubre de 2010

Añoranza de otro otoño.





Llueve, llueve lentamente, despacio, sin hacer ruido, una lluvia suave, tan silenciosa que tengo que mirar tras los cristales por ver si los pinos tienen el verde limpio, ese verde de tono más claro, como dando las gracias por el agua recibida.
En Málaga el otoño llega sin hacer ruido. Es cierto que el cielo gris, trae un aire distinto, se barrunta que algo va a cambiar; mas el cambio es tan delicado, que hay que estar muy atento: un olor a tierra mojada lo puede delatar; un aire transparente que amplía el horizonte, haciendo las sierras más cercanas puede llamar la atención, mas el extraño pudiera creer que llega la primavera. Las grandes ceibas florecen con todo su esplendor, los naranjos se llenan de nuevo azahar, las palmeras, que sobreviven al ataque del escarabajo picudo, siguen dando su fruto y los jazmines regalan su fragancia como si fuese verano.
Sí, desde esta segunda primavera en la costa de Málaga, añoro el otoño de colores extremos de mi otra querencia en las tierras asturianas. Sueño con seguir el regato, bajo la hayas, para ver si el agua brota entre las piedras pidiendo permiso para ver el cielo, permiso que le concede la floresta dejando que las hojas nutran la tierra. Sueño con caminar entre la hojarasca buscando los boletos que salieron a mirar el sol. Mirar el color tan diverso de cada árbol, como si cada uno tuviese un ritmo propio, una vida distinta para prepararse a resistir los rigores del invierno. Sueño con acechar al corzo que baja a la vega por la tarde, sueño con levantar la vista y ver los picos nevados. Sueño el otoño asturiano.

Texto y fotografías de Piedra.

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